El 5 de mayo de 2016, se celebró el acto académico de celebración del 25º aniversario del IES Parquesol.
En él intervinieron la Directora Provincial de Educación, el director del IES Parquesol con un recorrido por la historia del centro y un homenaje a sus directores, los antiguos profesores Paz Alonso (Educación Plástica y Visual) y Heliodoro Bermejo (Lengua Castellana y Literatura) y dos grupos de alumnos que llevaron a cabo actuaciones musicales. Esta tarea se completó con una exposición fotográfica.
El texto íntegro de la intervención de nuestro compañero Heliodoro Bermejo fue el siguiente:
DE PUERTAS ADENTRO
(25 años de IES Parquesol)
Cuando por primera vez me acerqué a este Instituto con ánimo de saludar y presentarme (1992), reconozco que tuve que pasear la calle dos veces: no encontraba el centro de mi destino pues, para traspasar la puerta, debía cruzar el jardín privado de la comunidad vecina y curiosear las traseras donde, por fin, el modesto edificio ocultaba su sobria estampa precedido de un jardín que casi siempre ha tirado a bravo. Después de cruzar sus umbrales descubrí ese azul azafata que tanto brilla en jambas y perfiles entre grises de cerámica y blancos enyesados. Impermeables al ambiente acogedor, los pasillos me parecieron estrechos, y las escaleras, que nunca supe remontar de una en una, interminables. Y en los largos pasillos, a dos manos, puertas y más puertas, tragaluces oblongos y el rugido de vida que paulatinamente brotaba tras el muro discreto. Y súbitamente un estrépito de metal percutido reventó el encanto, porque hablaron las puertas con su vómito grueso que inundó los pasillos, y el sonido indomable perforaba las aulas y fluía en los pasos eufóricos y precipitados de los estudiantes. Era la hora del recreo.
Durante estos años he comprobado que el Instituto, aunque aparentemente se mostraba nuevo y pulido, acabado y redondo, en realidad era un proyecto que mutaba y cambiaba, se ensanchaba y crecía casi mágica y milagrosamente porque, a la vez que estudiantes y profesores se esforzaban por sobrevivir y superar las dificultades cotidianas, vi surgir, de un gimnasio sembrado de columnas, divertido sin duda para jugar a la gallinita ciega, usado como teatro, trastero y otras cosas, laboratorios, departamentos y una Sala de Usos Múltiples; vi transformarse la primigenia Sala de Múltiples en Despacho de orientación, aula de plástica y otros; y donde hubo vivienda de conserje, desplegó su maletín de herramientas un taller de tecnología, brotaron aulas de aquellos sótanos y apareció y desapareció un laboratorio de fotografía. Pero lo más sorprendente fue el acortamiento de pasillos para crear departamentos y aulas de desdoble que, una vez acabados, fueron barridos para romper las paredes terminales de aquellos corredores y abrir una corriente de aire por las excrecencias surgidas en forma de escaleras. Y en el anejo jardín creció una casita para Conserjes. Pero antes que nada, lo primero que creció fue un ascensor, porque nadie pensó en su día en ruedas ni en muletas. Los nuevos tiempos, siempre tan mudables, trajeron nuevos planes –también de estudios- y obligaron a improvisar laboratorios de idiomas, aulas de informática, de tecnología, orientación, diversificación, apoyos, etc. Y las paredes, que en invierno se deshojaban como frutales en otoño, crecieron y se multiplicaron, y los alumnos también, porque siempre estuvieron las aulas a reventar. Y en este arte del visto y no visto, de pronto un año afloró un gimnasio flamante sobre el cemento liso de uno de los patios, y también un mural que nació con mensaje de paz; pero en ese ejercicio incesante de planos y proyectos, de paleta y pintores, una máquina impía le arrancó la gracia donde abrió una puerta.
Mirado desde fuera, un Centro que ni siquiera ve la calle que registra su ubicación, que obliga a llegar al final de la cuesta y volver en su búsqueda para encontrarlo en el desmonte, escondido y tapado por las casas, con patios situados a la sombra de todo lo que crece, con la boca de acceso disimulada por la rampa y el jardín en el extremo del romanticismo, ¿dónde esconde su grandeza? ¿Dónde luce su esbelta arquitectura de Instituto puntero y fábrica de hombres y mujeres ansiosos de Universidad y de abrirse paso en el campo del conocimiento como en la vida?
El verdadero arte y solidez arquitectónica habita en el interior, es una arquitectura hacia dentro cuyos muros y contrafuertes residen en su capacidad de adaptación y en una plantilla de profesores jóvenes que van creciendo sin dejar atrás los ardores vocacionales que los trajeron al santuario, reforzando sus niveles de exigencia y rigor y evitando que la pasión que los condujo a la enseñanza decaiga, a pesar del esfuerzo agotador, de las propias limitaciones y tropiezos, a pesar de la fatigante burocracia.
La verdadera arquitectura está en una población estudiantil que llega y entra en el IES abriéndose paso con los codos, entra y crece, vuela en sólidas y espigadas florituras góticas sedientas de luz y cielo. Y en las asociaciones de padres que colaboran y están tan cerca del centro como de sus hijos. No me perdonaría si ignorara a las personas más serviciales y complacientes, las profesionales que me despidieron el último día con la misma cordialidad y sonrisa con que me recibieron el primero desde su ventanuco de pecera, también cambiante, que enmarca una amabilidad proverbial.
Olvidaba advertir que siempre hay goteras, claro. En todos los edificios hay grietas y sobresaltos que obligan a cincharse el arnés de tarde en tarde para subir donde la mirada descubre sus dioptrías y el estómago siente vértigo y repulsión. Dejando al margen algún proceso gripal inevitable, pasajero, cuando los efectos del crecimiento rompieron costuras (mediaban los noventa), el Instituto padeció su era sísmica con huelgas de cuño propio, encierros y pernoctaciones, manifestaciones, pancartas, concentraciones de protesta, lectura de manifiestos… por la simple razón de que los alumnos no cabían entre sus paredes, tan elásticas siempre, y hubo que improvisar otro techo, o porque las horas del día eran insuficientes y obligaron a doblar turnos. Eran años en los que se superponían, en difícil convivencia, diferentes planes de estudio que comprimían alumnos y lecciones de ESO, BUP y COU en horarios de mañana y tarde que se perdía en la noche más oscura. Tan embarazoso empacho desembocó en parto y así, donde antes era uno con cuerpo de hidra, acabó naciendo un Instituto hermano, carne de esta carne, con alumnos y profesores procedentes de aquel desgarro [1997-98].
Vista de la mesa presidencial del acto académico durante la intervención de Heliodoro Bermejo
Y desde la perspectiva actual nos preguntamos una vez más: ¿El discurrir azacaneado de 25 años de trabajo intenso tiene algo de extraordinario o todo ha sido rutinario y vulgar?
Sin dudarlo un instante, hay mucho que celebrar: La belleza más brillante, la grandeza de mayor altura está dentro, en el flujo renovado y vivo de profesionales y alumnos que, en la intimidad del taller de cada día, cumplen, con sentido ético del deber, el horario de sus obligaciones en un clima de convivencia basado en la cortesía, proximidad y respeto mutuo. El centro, por otro lado, lejos de encerrarse en sí mismo, ha estado siempre abierto a otras voces profesionales (médicos, ingenieros, periodistas, historiadores, enfermeros, escritores, etc.) que entraron por diferentes circunstancias, dieron su lección y, esbozando un sello de universalidad, dejaron su peculiar acento en esa filosofía ecléctica y plural que a todos une. Fueron muchos, aunque uno solo recuerde por sus nombres a los literatos.
El peso de la experiencia me dice que la verdadera satisfacción nace del oficio, y que el oficio sale de las manos y de la materia prima que modelan; y también que en esta obra común y prolija de catedral, cada cual desde su parcela personal ha aportado su granito de arena, o su aventurado verso al poema colectivo. Este servidor, desde un Departamento activo, ha participado en infinidad de Actividades Extraescolares, aunque más bien fueran sucedáneos escolares y disciplinares que rompían el hermetismo del horario. Me refiero a prácticas de todos o de muchos conocidas, como visitas a bibliotecas o centros de cultura, salidas a los escenarios de la ciudad o de la Capital de España que respiran arte e ilustración, etc.
Entre profesores diligentes y cómplices, me he aventurado en innumerables propuestas culturales, propias y ajenas, aunque nada tan extraordinario como la entrega en cuerpo y alma a la tarea asidua, machacona y constante de cada día. No obstante, cuando todo se difumine y pierda espero no haber olvidado el entusiasmo y fervor derrochados a favor del Libro, nuestro eje de rotación. En la aventura de leer y buscar caminos para inculcar la lectura, me he movido en un equipo que quemó sus naves; pero no sus ojos, que aman el papel como adolescente enamorado. Por el libro y la solemnización de su fiesta en el aniversario de la muerte de Cervantes, desde el Departamento convocamos concursos literarios y favorecimos la participación de nuestros alumnos en iniciativas librescas, cualquiera que fuera su origen. Hicimos lectura colectiva continuada, montamos exposiciones bibliográficas, imaginamos la poesía como espectáculo de los sentidos que se hizo voz, ritmo, música, silencio, regalo para lectores, poetura de trazos y colores para animar paredes y dar vida a las carteleras, inoculamos cierto virus inofensivo y sentimental en algunos estudiantes, regalamos libros, lanzamos concursos de investigación literaria, nos atrevimos a invitar a escritores muy variados, que subieron a la tarima de este Instituto en un número tan elevado y con una talla tan excepcional que, ahora que hago recuento, a la vez que pondero y admiro tanto talento y sabiduría entre nosotros, siento vértigo y emocionado orgullo. Porque caigo en la realidad de que estas personalidades, maestros de la expresión literaria, han sembrado sabias palabras y han dejado su alta lección en la humilde cátedra de nuestro salón de actos, en otros tiempos más humilde incluso que ahora. Solo sus nombres impregnan de gloria esta pequeña historia de 25 años.
Heliodoro Bermejo y Paz Alonso
Hace unas semanas, asistí a un coloquio en un Club de Opinión donde, cierta autoridad informada y muy conocida de los medios de comunicación de esta ciudad que lee y escribe todos los días, se reconocía analfabeta funcional. Este sambenito se lo colgaba a toda su generación y a las siguientes. Mantenía dicho planteamiento al entender que habían sido víctimas de una educación demasiado ligera y superficial donde la lectura de clásicos y modernos, fundamentalmente los primeros, había desaparecido, había sido aniquilada por antigualla, incomprensible, inútil… Un profesor universitario reforzaba el dictamen con argumentos propios.
Aunque incómodo por estas evidencias y por determinados principios y vaivenes que han regido la educación en los últimos tiempos, consciente de que todo conocimiento es limitado y parcial, he de reconocer que, mirando hacia dentro, nuestros alumnos no se lo han perdido todo, han disfrutado (ESO y Bachillerato) de un programa de lecturas amplio y selecto durante todos estos años. Mejorable sin duda. Hablamos de obras obligatorias que el profesor controlaba con distintos procedimientos. Pero a estas se añadían otras de carácter voluntario y personal no menos importantes.
No haremos un relato de lecturas, pero sí podemos precisar que, a través de ellas han tenido ocasión para dudar y pensar, para asombrarse, para emocionarse y compadecerse, para sufrir y deleitarse, para imaginar la grandeza y miserias del género humano y para penetrar en el recinto más recóndito y misterioso de ellos mismos.
Y han leído porque había una programación que lo exigía y un equipo de profesionales que lo facilitaba y controlaba. Porque, aun sabiendo que la lectura tiene (o debiera tener) más de placer que de obligación, somos profesores y entendemos que leer exige determinación y esfuerzo. Para enfrascarse en un texto, nada tan necesario y tan sutil como la frágil burbuja de silencio que piden las páginas escritas mientras la TV y todas las infinitas sirenas en forma de pantalla siguen destellando y ronroneando en algún lugar de la casa, sobre la mesa de trabajo, en el bolsillo incluso; mientras la imaginación adolescente, que es pájaro ágil y quebradizo, vuela sin fatiga y se recrea por parajes siempre tentadores…
Soy consciente de que el tema de la obligatoriedad de la lectura es polémico, hemos escuchado decir (también a prestigiosos escritores) que nunca debe ser impuesta, que tal costumbre es antipedagógica, contraproducente, aberrante. Quizás… Es cierto que el protagonista del aprendizaje y la educación es el alumno pero, en la transmisión del conocimiento, el responsable es el profesor. Él tiene la obligación de llevar al alumno a la meta propuesta en sus objetivos, de elevarlo a la cota que los padres y la sociedad esperan de ese niño que le entregan vacío de contenido pero lleno de aspiraciones y esperanzas. Si las lecturas carecieran del sello de obligatoriedad, si el profesor no decidiera que todos sus estudiantes fueran al teatro, es muy probable que un número importante de ellos terminara el bachillerato sin leer un libro completo (y no estoy pensando, ni de lejos, en los clásicos), y contaríamos muchos más entre los que jamás habrían respirado la atmósfera embebecida y mágica de un teatro, metáfora del mundo y espejo donde descubrir nuestro verdadero rostro. Si actuara con remilgos, el profesor acomodaticio se evitaría algunos disgustos y confrontaciones, el alumno se ahorraría menos de lo que gasta en chucherías y evitaría algún suspenso; pero esta solución tan cómoda y feliz, en realidad sería una farsa: solo produciría mala conciencia en el profesor escrupuloso y, a la larga, decepción, fracaso, sensación de estafa y oportunidad perdida para siempre.
Recapitulando: tras 25 años en la rodera por estos caminos, en esta hora del recuento he repasado eventos y emociones de las fechas doradas de mi calendario que, sin duda, coincidirán con algunas de las que vosotros celebráis. Un sentimiento hondo ha subido a la garganta al contabilizar, desde 1996, unos 30 escritores que enriquecieron vuestra estancia y la mía, y, si los premios dan idea de la categoría cultural y literaria que ellos representan, hemos sido muy afortunados.
Desde el respeto que merecen los laureles, aquí he tenido el honor de saludar y calibrar la verdadera talla literaria y humana de 5 Premios Nacionales de las Letras Españolas, 7 Premios Castilla y León de las Letras, 2 Premios Planeta, 4 Premios Nadal, 1 Premio Cervantes y, en la guinda, 1 Académico de la Real Academia Española de la Lengua. Es cierto que la mayoría de estas prestigiosas personalidades recibió más de un galardón. Aún así, lo considero, para el Instituto, un lujo que convendría no olvidar. Ellos dieron sobre estas tablas su lección magistral, reforzaron nuestras enseñanzas con su autoridad y dejaron abiertas las páginas de sus obras. Quienes recogieron la semilla, los que fueron campo de labor y objeto de nuestros desvelos, siguieron su ruta llevando consigo aquel gesto imborrable, la palabra justa, la imaginación despierta y el deseo de emular a los sabios y seguir su estela. Y siempre, un paso más cerca del libro. El acercamiento al lenguaje de las artes sensibiliza, humaniza, desarrolla la inteligencia, agudiza el ingenio, despereza emociones. Y nos hace mejores.
Concluyo. El relato que os dejo es mío, pero pudiera ser de cualquiera de los habitantes de esta casa, pues recoge pequeños episodios de una gran historia común, real y verdadera. Y me lleva a pensar que en esta ciudad monumental e histórica que tiene tanto que admirar, también hay sencillos talleres donde se construye el día de mañana.
Heliodoro Bermejo